MARÍA FERNÁNDEZ

UNA VIDA DEDICADA AL TRABAJO

    Nací en Pedrajas el día 2 de abril de 1917, así que pronto cumpliré los 86 años. Mi padre se llamaba Juan Fernández Morejón, pero todo el mundo le llamaba el Guire, mote que le pusieron sus amigos. Por eso a mí me conocen por María, la Guira. Mi madre se llamaba Apolonia Pérez.

    Fui un poco a la escuela, con doña Florencia. En cuanto me tenía en el burro, ya me mandaban a los rastrojos a llevar la comida a mi padre, que era labrador en renta. También iba a escardar al campo, a jornal, por una peseta al día, o a arrancar garbanzos y garrobas.

    A los 21 años, durante la Guerra, me casé con Mariano Leonardo Sanz, Tilín. Sólo quince años después me quedé viuda. Me dejó cinco hijos, sin posibles, sin nada. Tuve que ponerme a pedir por el pueblo, por las casas. Luego iba a por berros a Castrejón, Ordoño, el Chorlito, el Pisón. Me metía tanto, que me llegaba el agua hasta la cintura. Echaba los berros en un canasto y los llevaba a vender por las casas, a diez céntimos. Se vendían enseguida, la gente sabía que me hacía falta, que era mucha la necesidad en mi casa: el hijo mayor, 13 años, y el chiquito, José, trece meses.

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    Cuando se acababa el tiempo de los berros, que se ponían duros, me iba a buscar pucheruelos a los pinares de Ordoño y del Cotarrón. Los vendía a un real el tazón, me los quitaban enseguida de las manos. Luego por la ribera, desde el puente de Vadalba hasta la raya de Coca -siempre andando, qué caminatas- a buscar agallardas, que nacían en el suelo en primavera, como los pucheruelos. Las había como piñas y se comían con huevo, como los pucheruelos. Se las vendía a Farruco y a Marcial. También subía al Monte a por ajunjeras, hasta cerca de Mojados. Salían en las tierras de barbecho, aradas, a modo de tallos de las escobas. Asomaban la punta, se escarbaba y sacaban. Se comían como ensalada en primavera. Hoy no se crían por los herbicidas que se echan y porque los tractores aran las tierras muy profundas.

    En el mes de mayo era la época de recoger manzanilla en las cuestas de Villaverde, por Aguasal y Llano. Hacía manadas y las vendía a un real cada una. Tardaba más en hacer las mandas que en venderlas. En el arroyo del Cuadrón, en Llano, cerca del Chorlito, recogía también té.    

    En verano íbamos a espigar varias mujeres juntas, de madrugada al Monte: la tía Juana la Duenda, la tía Colombiana, la Morena y otras mujeres. Cada una llevaba un saco de dos fanegas... y hasta que lo llenábamos, pisándolo bien para que cupiera más. Llevábamos atada a la cintura la morrala, un pequeño saquito en el que íbamos echando las espigas que recogíamos. Cuando se llenaba, echábamos las espigas al saco. Lleno el saco, como no podíamos casi con él, desde la cumbre del monte lo rodábamos por la ladera abajo, a ver si pasaba algún carro, les daba lástima y nos lo echaban. Si no, había que bajarlo a cuestas. Ya en casa, con un palo, machacábamos las espigas y las aireábamos para sacar el grano y que lo comieran las gallinas o vendíamos algo. A veces también molíamos e íbamos a la panadería a hacer el pan, pan de trigo, centeno, avena e incluso cebada. Íbamos a espigar a las cuatro de la mañana, hasta que llenábamos el saco.

    En Castrejón trabajábamos para don Ramón Fernández, a entresacar la remolacha y quitar hierbas. Me mandaba a veces don Ramón que bajara a pescar cangrejos al río. Cogía unos talegos así de grandes, metiendo la mano en la hura. A veces, creyendo que era un pez, sacábamos una culebra. He pescado muchos cangrejos para don Ramón y doña Aurora, para sus hijos José María y Aurorita y toda la tropa. También los pescaba para mí, que se los vendía a Farruco. Por el Castrejón de don Ramón pasaban los merineros con sus ovejas. Dejaban alguna oveja mala en casa de la señora Lucía, mujer del señor Jesús Lobo, el ermitaño de Sacedón. Estábamos diez o doce trabajando en cuadrilla y, a veces, se caía una oveja por un puentecillo que había. La dejábamos allí hasta que desaparecían los rebaños, la sacábamos y ya teníamos para merienda. La matábamos, la desollábamos, la colgábamos en un pino, la llevábamos a casa para prepararla y luego traíamos su carne para comerla.

    Otra tarea que he hecho ha sido mondar, a jornal, la campaña. Acribábamos, "hacíamos el piñón". Quedaba el piñón blanco por delante de la criba y la cáscara por detrás, y así, en este orden, lo echábamos sobre los pellejos de la mesa de mondar. Las miejas caían de la criba al acribar, se echaban en un montón en el corral y luego al final se revisaban para aprovechar pequeños cachos de piñón.

    Al pinar iba a por leña a cuestas, lo que pillaba, piñas malas, piñotes, cachos de leña, todo lo que pillaba. De las cargas de ramera del pinar hacía haces y los traía haciendo descansos o paradas. Date cuenta que venía haciendo la procesión del mandato. Venía arriñonada de traer la leña a cuestas. Nos calentábamos dos veces, al traer la leña y luego al quemarla. Ya ven ustedes qué tragedia para sacar adelante cinco hijos que me quedó mi marido. Íbamos también a rebuscar patatas por las tierras, que a veces nos traía el saco tu tío Pedro, el del fresco.

    Fui segadora, primero en ca mi padre, con mis hermanos. Luego, cuando me casé mi marido se quedaba con un destajo en Megeces o en otro pueblo y lo segábamos entre los dos, todo el verano, hasta que acabábamos. Dormíamos en un sobrado. Pocas mujeres segaban entonces. Mi hija mayor, Concha, cuidaba de sus hermanos.

    Ayuda también a guisar la comida de las bodas en casa de la señora Cruz, la madre de Chicote. Guisaba la señora Eloísa, la de los caramelos, y yo la ayudaba. Dos días antes de la boda ya estábamos preparando todo, los pollos, el pescado o el cocido... Nos contrataban los padres del novio, que eran los que pagaban el gasto. Nos pagaban y también llevábamos algo de las sobras a casa, para los chicos. También guisamos en una boda en casa de la señora Emiliana, la mujer de Mariano, el del bar. Luego las cosas ya cambiaron y se hicieron las comidas de otra forma. Donde Chicote también trabajé alguna boda.

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    Ya al final, entré a trabajar para el Ayuntamiento, a hacer la limpieza del ayuntamiento, de catorce escuelas y la consulta del médico. Cobraba por todo el mes 750 pesetas. Trabajé hasta los 63 años, me jubilé dos antes por invalidez. Para más remate me caí en la calle y me rompí una pierna. Luego me caí de la cama y me rompí el brazo y la muñeca.

    Me ha tocado trabajar mucho en esta vida para sacar adelante a mis hijos. He sido una mujer muy trabajadora, pero muy honrada.

En homenaje a las mujeres de antes,
hoy 5 de febrero de 2003,
festividad de Santa Águeda.

Carlos Arranz Santos

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