SOR PILAR ROMO DE PEDRO

Disfrutando de unas merecidas vacaciones, se encuentra entre nosotros la hermana Pilar Romo de Pedro, de la congregación Franciscanas Misioneras de María, que habitualmente reside en Bruselas, capital de Bélgica. Hemos hablado un rato con ella para que nos contara algunas cosas de su vida. Y la verdad, conversación no nos ha faltado, eso sí, con muchos rasgos y expresiones tomadas del francés, idioma en que se expresa habitualmente desde hace muchos años.

 

MI NIÑEZ

Nací en Pedrajas el 13 de marzo de 1930, en la casa de mis padres Vidal Romo Martín y Octavia de Pedro Lozano, en frente de la iglesia, en la calle Cementerio, hoy San Esteban, donde tiene la tienda mi sobrina Pili.

Fui a la escuela en Pedrajas con doña Florencia, doña Poli y otra maestra coja, que daba caramelos al perro del padre de Luis el Ataquinero. Recuerdo de pequeña que la gente pasaba mucha hambre después de la Guerra. Yo era muy curiosa, me gustaba ver las bodas, sobre todo oír eso de que si alguna persona conoce algún impedimento, tiene obligación grave de manifestarlo. Las amigas eran las de la Plazuela: Alejandra, hermana de las Misioneras de Acción Parroquial, y su hermana Milagros; Maruja Román Vela, la hija de la señora Teófila, en fin, las del barrio...

EN MADRID

Dejé la escuela a los catorce años y enseguida marché a Madrid a trabajar en casa de mis primos los hijos de Miguel Oñate y Araceli de Pedro, que estaban en Madrid estudiando, y sus padres en Pedrajas. Mi prima Araceli era mi madrina, sabía música y tocaba el órgano cuando venía a Pedrajas. Estando allí iba a un convento de los padres franciscanos en la calle Duque de Sesto, a los Antonianos: los domingos a dar catecismo a los suburbios, fuera de Madrid; los miércoles a coser para los pobres; los sábados a enseñar el catecismo a niños que vivían al lado del colegio de los padres franciscanos.

NOVICIADO EN PAMPLONA

Teniendo 22 años, un padre franciscano, que era organista, me dijo que ya era hora de pensar lo que iba a hacer con mi vida. Me mando ir a ver a las Madres Concepcionistas, que eran de clausura. En cuanto vi las rejas, me dije que jamás entraría allí. Me mandó entonces a las Franciscanas Misioneras de María, que tenían casa en Madrid, en la calle Joaquín Costa. Hablé con ellas y decidí entrar en la orden. Me mandaron a Pamplona. Entré de postulante el 13 de marzo de 1952. Allí pasé seis meses, hasta que tomé los hábitos, ese mismo año, en septiembre. En Pamplona, como todas las hermanas teníamos que aprender de todo, me pusieron en principio a coser, pero yo no podía estar sentada, me gustaba correr de un lado para otro. Así lo dije y me pusieron en la huerta, ¡qué bien me lo pasaba en la huerta!

EN BÉLGICA

El 15 de enero de 1953 me enviaron a Bélgica, donde he estado toda la vida. Yo quería ir a África, pero me mandaron allí. Primeramente estuve en la casa de Gooriend, donde trabajé en la lavandería, en la plancha, incluso en la zapatería, que hacíamos los zapatos de las hermanas, entonces eran blancos, como los hábitos.

El 16 de septiembre de 1954 hice mi primera profesión allí en Gooriend. Al tomar los hábitos tomé el nombre de sor María Alda Luisa. Después del concilio Vaticano se aprobó que se podía cambiar y volví a tomar mi nombre, sor Pilar. Tener dos nombres daba muchos problemas a la hora de firmar documentos. Me quedé fija como encargada de la lavandería, lavábamos toda la ropa de la casa. También trabajar con las novicias, enseñarlas, todas las hermanas aprendíamos todo. Los sábados yo iba a la parroquia de Gooriend y lavaba y planchaba toda la ropa de los altares del presbiterio. También salía muchas veces con otras hermanas a vender por las casas libros, labores de ganchillo, cositas para los niños; algunos no compraban, pero nos daban limosna para las misiones, que entonces teníamos muchas. A la vez hacíamos mucho apostolado, porque hablábamos con mucha gente. Hacíamos mucho sacrificio, porque recorríamos toda la Bélgica flamenca, la del Norte, en tren, a pie. Nos quedábamos a dormir en conventos de otras hermanas, que los había en casi todas las ciudades. De comer solían darnos en algunas casas, o si no, comprábamos algo. Después empecé a trabajar como enfermera en la casa. Durante seis años me ocupé de cuidar enfermos que iban a reposar a nuestra casa o a recuperarse de enfermedades, a cargo de la Mutualidad Belga, el seguro estatal.

... Y DE ENFERMERA EN BRUSELAS

Pasé después a la casa de Bruselas, donde sigo estando ahora, 25 años después, siempre trabajando como enfermera. Una hermana me enseñó a poner inyecciones ensayando con una naranja. Siempre que pico procuro tener mucho cuidado. Hago siempre una cruz en la zona, no por motivo religioso, sino para acertar bien con el sitio adecuado.

Un día corriente en nuestra casa, me levanto a las seis menos cuarto de la mañana. A las 6:20 horas me pongo a rezar hasta la hora de los oficios de la mañana. A las siete desayunamos y cada una lava su vajilla. Después me dedico a visitar y cuidar a los enfermos, darles las medicinas, limpiar, etc. A las doce y diez comemos, allí se come muy pronto. Acabada la comida, fregamos los platos entre todas, incluidas las superioras. Después de las comidas tenemos tiempo libre, yo lo dedico siempre a la siesta, como buena española.

En nuestra orden, además de ser misioneras, somos también adoratrices, por lo que tenemos expuesto el Santísimo en la capilla, desde las diez y media hasta las doce de la mañana y de tres de la tarde a cinco y media, que tenemos de nuevo oficios, vísperas y misa. Hacemos por lo tanto turnos de adoración mientras el Santísimo está expuesto.

Después tenemos la cena, a las seis y media de la tarde, fregar, luego tiempo libre, para ver la tele o hablar. Los jueves y domingos celebramos reuniones para estar informadas de noticias de la Comunidad en todo el mundo.

Por mi cargo de enfermera, salgo mucho a la farmacia a por las medicinas y trato con mucha gente. Yo saludo a todo el mundo, tengo siempre una palabra para todos.

Me acuerdo mucho de Pedrajas, me gusta mucho tener noticias de mi pueblo, enterarme de lo que pasa. Cuando llamo por teléfono dicen que lo primero que pregunto siempre es quién se ha muerto en el pueblo. Dentro de unos día vuelvo a Bruselas, a seguir cuidando enfermos, mientras las fuerzas no me fallen, si Dios quiere.

Carlos Arranz Santos

Pedrajas de San Esteban, 21 de junio de 2003.

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